lunes, 6 de mayo de 2024

Por qué no hay que tenerle miedo a las sirenas

 

Ulises no sabía con exactitud cuál era el misterio de las sirenas. Sabía no obstante que existía la posibilidad de caer en manos de la mayor de las perversidades: lo desconocido; aquello que no puede controlar, y que no sabe de razones.

Sin estar del todo convencido de la utilidad de la tarea, ordenó a uno de sus hombres de mayor confianza que lo amarrara al palo mayor de la embarcación en la que viajaban; era una precaución extrema a juicio de Ulises. Y sin embargo, algo en su interior le decía que quizá, sólo quizá, pudiera resultar útil. Después de todo, no era sólo su valor la que había logrado salvarle la vida a él y a sus hombres;  creía firmemente que la temeridad y la osadía deben estar adecuadamente regidas por la prudencia.

Habían pasado ya varios días desde que salieron de la morada de Circe, cuando llegaron al país de las sirenas. Atendiendo  a las indicaciones de la diosa, Ulises había sido sujetado al barco y sus hombres tenían emplastos de cera en los el reto que implicaría atravesar el país de las sirenas. Con su voz dulce y tentadora, los perversos seres comenzaron  a entonar bellas melodías llamando a Odiseo a su morada, hablando de amor y haciendo promesas vanas. Él, por su parte,  no pudo resistir: cuando las sirenas mencionaban su nombre, sentía crecer en su interior la fuerza para deshacer los nudos que le sujetaban al asta y la valentía para arrojarse al mar encrispado. Nada sería un impedimento para estar junto a ellas. Pero así como a cada momento que pasaba crecía su deseo,  con cada nuevo esfuerzo infructuoso por lograrlo, crecía su desesperación.

Los marineros que estaban en  cubierta no pudieron evitar ver las ansias con las que Ulises  trataba de liberarse de sus ataduras, y lógicamente lo atribuyeron al hechizo de las sirenas.Uno de ellos, quizás demasiado osado, decidió quitarse los emplastos de cera. Para su sorpresa, no sintió nada. No hubo lucha, ni deseo, ni ganas de entregarse al abrazo del mar. Las sirenas estaban ocupadas llamando a Ulises, como para llamar al otro hombre. Fue así que la tripulación descubrió el verdadero hechizo: las sirenas deben llamarte por el nombre para que alguien caiga en su encanto. Si no lo hacen, simplemente no hay por qué tenerle miedo a las sirenas.

Por qué no hay que tenerle miedo a las sirenas

  Ulises no sabía con exactitud cuál era el misterio de las sirenas. Sabía no obstante que existía la posibilidad de caer en manos de la may...